martes, 8 de marzo de 2016

MAS ALLÁ DE MIS VENTANAS... ENTONCES

Todos tenemos varios mundos en nuestros horizontes. Cambiantes a lo largo de la vida. Cuando era niño tenía tres, más allá de mis ventanas. Y los veía. Y los soñaba. Uno, el más visible e inmediato. Mis padres, mi hermana Loles, el patio de mi casa, la casa de las Granxeiras, las voces e improperios de mi vecino Suso de Mon tirando de sus bueyes que araban sus tierras, mi bicicleta y los interminables paseos, la huerta y  la pequeña granja de gallinas de mi tío Salvador de la que recogía  a diario una cesta de huevos, mis horas de estudio y de juegos...


Atravesando el bosquecillo del Jardín

Mi segundo mundo estaba algo más allá. Tras el recodo del camino de mi casa, en el Jardín.Tras los Canapés, la tienda de la señora Carmen y el señor Manuel, pasada la arboleda amplia hasta llegar al pueblo. Ahí comenzaba ese mundo. La carretera general que saciaba mi curiosidad con los escasos camiones y coches que circulaban por ella, el paso diario del tren minero de Villaodrid con sus barreras -arriba y abajo- las calles del pueblo con su centro en las Cuatro Calles, el Cantón y el Campo... Mi colegio, sus profesores, mis compañeros y compañeras de curso. Sus muchas horas de clases, de recreos, de exámenes, de charlas intrascendentes con los amigos, que semejaban ser serias. Los chavales de los otros cursos. Las niñas que veíamos o imaginábamos en nuestra incipiente juventud. Y los domingos de partido en el Estadio Municipal... Y los días de fiesta...

Y mi tercer mundo... Más íntimo, más personal, más oculto a las miradas ajenas. Ese, unas veces real, otras puramente imaginario. Siempre con la mochila llena de tantas experiencias infantiles de mi vida anterior en Valencia, Alicante, Melilla... El de los pensamientos echados a volar y el de las miradas hacia el lejano horizonte del Cantábrico. Y el de mis conversaciones con un amigo en nuestras horas de estudio en común y en las de juego, con una pelota, una baraja de naipes o las raquetas de ping pong, con la merienda por medio. Con la mirada tendida hacia la montaña del futuro. Ese tiempo, también, de aquellos abultados envíos de correos que me llegaban de diversas embajadas. Que me mostraban con sus mapas y sus folletos todo un universo lejano y atractivo. Tiempo de muchas horas nocturnas de radio. De mi participación en el Club de oyentes de "La Voz de Madrid". Y el mundo de la literatura. De cientos de horas, diurnas y nocturnas, devorando libros. De muchos ratos emborronando papeles con inicios de escritos y multitud de poesías impregnadas de sentimientos... Mi tercer mundo... ese que con el paso de los años, en parte se fue alejando, y en otra se fue convirtiendo en realidad, pasando ya a ser el primero.

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