miércoles, 20 de abril de 2016

LA ABUELA MARÍA

He encontrado esta foto revolviendo papeles.  Ando en eso en los últimos tiempos. Descubriendo pequeños tesoros familiares. Me ha emocionado verla y verlos. Una tarde apacible en la casa paterna de aquellos años. La primitiva radio “Philips” o “Telefunken”. No lo recuerdo. Con su elevador-reductor de corriente. Foto, colgada en la pared, de la primera comunión. Y las novelas en la estantería. Mis primeras lecturas. Era la abuela María. Con su pañuelo negro en la cabeza y su vestido hábito del Carmen. A la vieja usanza de tantas abuelas de ese tiempo. Con su bondad infinita a cuestas. Y su cariño, tranquilo y sin estridencias.


María caminaba incesantemente. Cuando era joven y ya con ocho hijos, solía ir con mucha frecuencia hasta el Santuario de Villaselán. Allí rezaba y pedía por todos ellos. A dos de ellos los tenía lejos, pues se habían ido a trabajar a Madrid. Y una hija, emigrada en Argentina. Tiempos muy duros para sacar adelante a esa prole. De madre de familia a tope, mientras el abuelo se dejaba sus fuerzas en su trabajo, al que añadía el cultivo y cuidado de su huerta. María rezaba rosarios en esas caminatas. Su vida, como un rosal, cuajada de rosas y espinas. Una enfermedad cruel, en aquellos años, se llevó por delante a dos hijas y un hijo. En plena juventud. Eran los años treinta. Y el mayor falleció pronto. En el tiempo de esa foto le quedaban cuatro hijos. Y ella seguía, con lluvia o con sol, con viento o heladas, caminando hasta Villaselán. Puede que desde allí tendiese la vista hacia el mar próximo  buscando a sus hijos en la distancia. O quizás, hacia los campos que llevan la vista hacia el Mondigo.


La abuela María nos quería, como saben querer los abuelos a sus nietos. Con la felicidad emanando de sus ojos al estar con nosotros. Su regalo solía ser un sencillo caramelo. Y siempre una comedida sonrisa tras la que se adivinaba mucha ternura y mucho amor. La vida nos permitió estar poco tiempo juntos. Tan sólo ocho años. Pero al ver la foto ahora, adivino su felicidad y su paz esa tarde. Con el sol entrando por la galería de esa estancia de la casa. Y me emociona la mirada hacia ella de mi padre. Y el recuerdo de esos años, finales de mi bachillerato, con la vista tendida en un futuro desconocido y plagado de ilusiones juveniles. Esa era mi abuela María.
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